Un riesgo emergente silencioso se presenta: La modificación del consumo de drogas sintéticas en México
Por: Guillermo
Alberto Hidalgo Montes
En los últimos
meses, México ha intensificado (más por presión que por obligación) de forma
significativa sus esfuerzos contra de las organizaciones dedicadas al narcotráfico,
particularmente en lo que respecta al combate a las drogas sintéticas. Un caso
emblemático se registró hace unos días en el estado de Zacatecas, donde las
fuerzas federales desmantelaron un laboratorio clandestino de dimensiones
industriales. En dicho operativo, las autoridades incautaron más de 27
toneladas de metanfetamina, una cifra sin precedentes que equivale a aproximadamente
698 millones de dosis individuales, según reportes de la Secretaría de la
Defensa Nacional y del medio español El País. Este tipo de acciones
evidencian una política más agresiva del Estado mexicano hacia las estructuras
logísticas de los cárteles, al centrarse no sólo en el aseguramiento de
sustancias, sino también en neutralizar la capacidad de producción masiva de drogas
haciendo énfasis que esto ha sido derivado a la rampante presión del presidente
Trump y la latente posibilidad de desplegar acciones militares de Estados
Unidos en territorio mexicano.
Sin embargo,
estos contundentes golpes a las organizaciones criminales no han estado exentos
de efectos colaterales. El incremento de la presión policial y militar ha
provocado una reconfiguración en las rutas y estrategias del crimen organizado,
debido a que particularmente en lo referente al tráfico y consumo de fentanilo.
Existen indicios preocupantes de que esta droga, hasta ahora consumida
mayoritariamente en Estados Unidos, comienza a penetrar con mayor fuerza en el
mercado mexicano. Esta posible transición responde no sólo al endurecimiento de
los operativos, sino también a la creciente disponibilidad de precursores
químicos y a la adaptación de los cárteles a las nuevas dinámicas del mercado
global de estupefacientes. Lo anterior debida a que, al configurarse como una
empresa (criminal en este caso) tienen una estructura que mantener.
El fentanilo
es una de las sustancias más potentes y peligrosas del actual panorama de
drogas. Se estima que es entre 50 y 100 veces más fuerte que la morfina, y una
cantidad tan pequeña como dos miligramos puede ser letal. Esta característica
convierte al fentanilo no solo en una amenaza para quienes lo consumen de forma
intencional, sino también para aquellos que pueden exponerse de manera
accidental. Policías, militares, paramédicos y bomberos, por ejemplo, corren el
riesgo de intoxicarse simplemente al entrar en contacto con residuos de la
sustancia durante operativos o tareas de rescate. Han existido reportes
internacionales de casos de sobredosis entre primeros respondientes, lo que
subraya la urgencia de una respuesta institucional adecuada.
A pesar de la
peligrosidad ampliamente documentada del fentanilo, México aún no ha logrado
establecer protocolos de actuación estandarizados para la protección del
personal de emergencia y aunque la Oficina de Asuntos Internacionales de
Narcóticos y Aplicación de la Ley del Departamento de Estado de los Estados
Unidos (INL) ha estado capacitado de forma constante a elementos policiales en
México, aun no se ha permeado los procedimientos a todos los policías y ni se
diga a otros miembros de la comunidad de respuesta a emergencias como
paramédicos y/o bomberos.
En contraste, países como Estados Unidos han
desarrollado manuales detallados que abordan desde el uso obligatorio de
guantes y mascarillas especiales, hasta procedimientos de descontaminación y
administración de naloxona en casos de exposición. En nuestro país, como ya se
explicó anteriormente, capacitación específica es escasa y el acceso a insumos
adecuados resulta limitado, especialmente en municipios con menor presupuesto.
Esto representa una vulnerabilidad crítica que debe ser atendida de manera urgente
por los tres niveles de gobierno.
Ante este escenario, resulta
imperativo que las autoridades mexicanas de los tres órdenes de gobierno
diseñen y apliquen un protocolo nacional unificado (que ya existe y fue
diseñado por un connotado policía chihuahuense Pablo Cajigal del Ángel). Dicho
protocolo debería ser incluido en el Programa Rector de Profesionalización
(PRP) del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad de Seguridad Pública (SNSP) para ser
parte de la formación y profesionalización policial para poder informar sobre
la identificación y manipulación segura de sustancias sintéticas, dotación
obligatoria de equipos de protección individual de alta especificación, y rutas
claras de actuación en situaciones de riesgo. También se requiere establecer un
sistema nacional de monitoreo y reporte de incidentes de exposición, para
generar estadísticas y evidencias (cosa que le choca a las cabezas de estos
sectores) confiables que sirvan como base para la mejora constante de las
políticas públicas en esta materia.
La
colaboración internacional también debe ser vista como un componente
estratégico de esta lucha. Como ya es conocida, en fechas recientes, México y
Estados Unidos reforzaron su acuerdo bilateral para combatir tanto el tráfico
de fentanilo como el flujo ilegal de armas, comprometiéndose a compartir
inteligencia y buenas prácticas (fuente: EMEEQUIS). Este tipo de cooperación puede ser clave para la
transferencia de tecnología, insumos médicos y conocimientos técnicos que
fortalezcan la capacidad de respuesta de las instituciones mexicanas. La
experiencia estadounidense, por ejemplo, ha demostrado la eficacia de dotar a
todo el personal de campo con kits de naloxona, una medida que podría
replicarse en zonas de alto riesgo en nuestro país.
Si bien es
justo reconocer los avances en el combate al narcotráfico, después de haber
encontrado al país convulso en materia de seguridad por la administración
pasada, también es necesario señalar con firmeza los desafíos emergentes que
esta estrategia ha provocado. El crecimiento potencial del consumo de fentanilo
en México plantea un reto sanitario, logístico y operativo de gran escala.
Frente a esta amenaza, el Estado debe responder con políticas integrales que no
sólo persigan el decomiso y la erradicación, sino que también protejan la vida
de quienes están en la primera línea de respuesta. La profesionalización de los
cuerpos de emergencia, la inversión en tecnología y la estandarización de
protocolos no son lujos, sino requisitos básicos para hacer frente con eficacia
a la nueva cara del narcotráfico en México.
No hay comentarios:
Publicar un comentario